Leonardo ha pasado toda su vida sintiendo que espera algo, algo que haga su mundo más grande, más emocionante, más vivo. Ser ciego nunca ha sido el verdadero problema; es la forma en que la gente lo ve, la forma en que asumen que necesita protección, lo que lo hace sentir atrapado. Su mejor amiga, Giovana, es su ancla, siempre cuidando de él, pero ni siquiera ella puede llenar el creciente vacío que siente en su interior. Sueña con la independencia, con estudiar en el extranjero, con escapar de ese mundo pequeño que se siente demasiado predecible. Entonces, un día, llega Gabriel y, de repente, todo cambia.
Gabriel es diferente a todos los que Leonardo ha conocido. No lo trata como si fuera frágil o indefenso. En cambio, se ríe de sus chistes sarcásticos, lo molesta como a un igual y se ofrece a acompañarlo a casa sin que parezca un favor. Hay algo en la voz de Gabriel, en su presencia, que hace que Leonardo se sienta visto de una forma que nunca antes se había sentido. Al principio, es solo una nueva amistad, un cambio bienvenido en su rutina. Pero pronto, Leonardo se encuentra anticipando el toque de Gabriel: una mano casual en su brazo, la forma en que sus hombros se rozan al caminar juntos.
Giovana nota el cambio antes de que Leonardo lo comprenda. Está celosa, dolida porque la cercanía que compartieron durante años ahora está siendo reemplazada. Lo confronta, y por primera vez, Leonardo se da cuenta de cuánto Gabriel se ha convertido en parte de su vida. La idea de no tenerlo cerca le oprime el pecho de una manera que lo asusta. Pero incluso entonces, no puede definir lo que siente. Solo sabe que quiere más.
Una noche, en una fiesta, todo se aclara. Gabriel invita a Leonardo a bailar, llevando sus manos a sus hombros, balanceándose suavemente al ritmo de la música. Es inocente, pero el aire entre ellos es eléctrico. Leonardo no sabe si lo está imaginando, pero cuando Gabriel se acerca un poco más, cuando sus respiraciones se mezclan en el espacio entre ellos, siente algo innegable. Entonces, antes de que pueda comprenderlo, Gabriel se aparta y el momento se desvanece.
La confusión se transforma en frustración. Leonardo quiere entender qué pasa entre ellos, pero también teme lo que significa. Nunca ha considerado la posibilidad del amor —un amor verdadero y romántico— y mucho menos con otro chico. El miedo al rechazo, a hacer el ridículo, le impide decir nada. Pero entonces, una noche, sentados juntos en silencio, Gabriel simplemente le toma la mano. Es un pequeño gesto, pero lo dice todo. Leonardo no necesita ver el rostro de Gabriel para saber la verdad; la siente en la forma en que los dedos de Gabriel se aprietan alrededor de los suyos.
Mientras montan juntos en la bicicleta de Gabriel, con el viento soplando a su alrededor, Leonardo levanta la cabeza y sonríe. No necesita ver el mundo para saber que, por primera vez, está exactamente donde debe estar.